Desde que vi el Paramillo por primera vez en las fotos de un amigo, no pude evitar pensar en tener mis botas impregnadas de tierra color ocre; y los arenales que visten este hermoso lugar no dejaban de atraer mi atención desde hacía tiempo. Por fin iba hacia él en esta aventura.
El jeep se detuvo justo en la entrada del Valle del Cocora a las 7 de la mañana. Sus calles normalmente concurridas por visitantes se mostraban en la soledad de la madrugada. Empezamos a recorrer el camino en dirección a la Finca La Argentina con destino al Paramillo del Quindío, primer objetivo de Montaña y parte del Mountain Rocktrip de VIAJES LA PIOLA con el que pretendíamos hacer un recorrido hacia el sur entre rocas y volcanes.
El tendido camino hacia la Finca nos llevaba serpenteando el río entre el bosque, ascendiendo gradualmente en un clima húmedo y fresco. Doña Gloria muy amablemente nos recibe en la finca con un delicioso tinto campesino, de esos que me es imposible rechazar en las alturas y que por alguna razón (sin gustarme el tinto en absoluto) mi cuerpo lo disfruta y agradece por ayudarme a mantener el calor.
Luis Pardo y yo montamos campamento en el potrero donde nos indica la señora. Un hermoso atardecer en el Cañon de la quebrada Cárdenas ameniza la hora antes de dormir, permitiéndonos capturar los diversos colores del cielo, palideciendo gradualmente en sus tonos hasta desaparecer con la oscuridad de la noche.
Al día siguiente estamos listos para continuar nuestro camino hacia el campo base. En el fondo se asoman tímidamente los glaciares del Nevado del Tolima al lado oriental de nuestro camino. Nunca me he podido acostumbrar a la primera vista de los valles de frailejones cuando entramos al páramo. Me emociona tanto ver el paisaje entapetado de miles de ellos, en pie, en silencio, con sus hojas peludas y su cuerpo abullonado cubierto por lo biomasa que se va secando. No puedo evitar emocionarme, un paisaje que he visto muchas veces pero que su magia anestesia mi mente fotográfica para disfrutar como si fuera la primera vez.
Tomamos el camino más largo por la Cuchilla Berlín para poder apreciar la inmensidad del paramillo desde la salida del cañón. Desde ese punto se puede divisar el medio cono invertido formado por lo que antes sería el cráter de un volcán, cuya forma quedó reducida a una hermosa media luna y cuyo filo nos atraía de punta a punta. Los colores amarillentos en ese día soleado brillaban en sus diferentes tonalidades como sacados de una pintura y cada vez que nos acercábamos tratábamos de detallar el camino a recorrer por su cresta.
La madrugada fría del día siguiente nos sorprendió buscando el ascenso a las paredes de roca del extremo sur para comenzar la travesía de la cresta. Su textura firme y color grisáceo junto con la niebla mañanera, daba una lúgubre sensación de película de terror pero a la vez de firmeza al toque. Tras superar este tramo y luego alcanzar la cumbre del primer picacho nos percatamos que en este punto la roca era descompuesta y empezaba a entrelazarse con la arena color ocre como pegamento. El segundo picacho, cumbre Principal y la más alta de la travesía, a 4.834 msnm, nos puso en aprietos para descender. Buscando el camino terminamos en un filo de rocas descompuesta donde devolverse ya no parecía una buena opción. Cada vez que tocaba una roca para sujetarme, se deshacía en mis manos. Un rato después de tantear las rocas, un rapel improvisado con un stopper en un pequeño rincón aparentemente firme, nos permitió descender rápidamente por la pared que da hacia el cañón.
A partir de aquí la travesía continúa por los hermosos arenales coloridos, el sol acariciaba el ventoso filo que atravesamos rápidamente para llegar a la cumbre del Edén -4710 msnm-, punto más visitado del Paramillo. Pasado el medio día llegamos al extremo norte de la cresta donde se observan corrales de piedra como vestigios de campamentos y frente a este una pared de roca grisácea, parecida a la del principio cuya visual nos incitó a soñar con algunas aperturas de vías deportivas pero no teníamos material para hacerlo en ese momento.
Unas 3 horas después terminamos el recorrido completo y llegamos a campo base. No dejaba de pensar en lo gratificante de haber completado la travesía integral de la cresta del Paramillo del Quindío. Había querido ir hacía tanto tiempo y obtuve mucho más que solo visitarlo, recorrer toda su cresta paso a paso, observar desde todos los ángulos la belleza de esta joya natural, mirar de cerca cada uno de sus rincones y volver a sentir esa paz indescriptible que las montañas comparten conmigo.
Este articulo hace parte de la colección especial que recopila y celebra los más de 10 años de la Revista La Piola. Fue publicado originalmente el 26 de Junio de 2019 en la Revista La Piola edición impresa #34.
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