De camino hacia el Ritacuba Blanco por la ruta normal, esta imponente pared repentinamente se le presenta al caminante con indescriptible majestad. En enero de 1980, estuve contemplando inmóvil este panorama por varios minutos desde la bifurcación que se encuentra entre los Ritacubas Blanco y Negro. Nunca antes había experimentado tal vista, por primera vez presenciaba una pared de tal proporción, con magnetismo y vértigo mezclados en mi pecho me preguntaba: ¿cómo se verían un par de escaladores desde aquí?
Intentaba imaginar los microscópicos puntos de colores que delatan la presencia de seres humanos en este laberinto de hielo y roca. Allí me encontraba paralizado en el tiempo y sin sospechar que un par de años más tarde estaría en medio de esta pared, ahora viendo las cosas desde el otro punto de vista. Recordando introspectivamente en un lapso de tiempo, ahora me encuentro imaginando el minúsculo amante del frío tal casi como si viajara por un túnel del tiempo.
Juan Pablo Ruiz se encontraba sin rumbo definido explorando el viejo continente y su compañero de cuerda Marcelo Arbeláez - con quien habían ya establecido la vía en la arista oriental de esta montaña- me extiende la invitación para acompañarlo cuando le revelé mi sueño de escalar esta pared. La foto tomada por Hubert Frank que lucía en la librería El Cóndor, en Unicentro, ya había sugestionado contundentemente las mentes de varios escaladores en busca de destinos y aventura. Alberto Castro y Gonzalo Ospina habían realizado un intento en 1980. Gonzalo nos indicó que en los primeros tramos había franjas francas de roca de más de 3 metros que les había obligado a desistir.
Por meses hemos estado preparándonos para este día. Practicando vivacs en hamacas en Suesca e inclusive colgados en hamacas en las vigas de la marquesina del patio de la casa. Contemplando y estudiando todas las posibilidades y opciones sobre esa fotografía tomada por Hubert, la cual claramente descubre la pared y sus características. Las provisiones han sido empacadas minuciosamente en raciones diarias, debidamente marcadas como Marcelo acostumbra.
El 28 de diciembre de 1982 estamos instalados en la laguna del Avellanal junto con los amigos del colegio Andino, René Lozada y Antoine Fabre. René está dispuesto a acompañarnos a la pared sur. Antoine, quien no tiene compañero de cuerda en el momento, lo persuade fácilmente de acompañarlo y subir por la ruta de Arbeláez-Ruiz en la arista oriental del Ritacuba Negro.
Izq. Luis Romero durante la escalada del segundo día. - Der. Luis Romero superando el desplome de hielo.
El clima no está ideal como era de esperarse para esta época del año. La montaña está cubierta de nubes y nieva ligeramente. El 29 de diciembre Antoine decide sin embargo salir hacia la base de la pared; René lo seguiría minutos después. Mientras tanto, con Marcelo alistamos nuestro equipo aún decepcionados con el clima. Un par de horas más tarde decidimos partir hacia la base de la pared. Después de un largo ascenso por la morrena encontramos a los amigos en un amplio y bien protegido balcón cómodamente instalados. Antoine se desaparece por un par de minutos y regresa con leña, nos intriga cómo vino a encontrar leña, pues nos encontrábamos a casi 5.000m sobre el nivel del mar. Suponemos que la trajo consigo desde abajo y pronto estamos disfrutando del calor del fuego, de sus chistes y su calma inspiradora, pues él -más que todos los allí reunidos- ha contemplado la noche e incertidumbre que anticipa la escalada del día siguiente.
Antes del amanecer nos despedimos de los amigos y nos hemos deseado buen clima. Bordeamos la pared hasta que encontramos un lugar propicio para iniciar la escalada. Marcelo se aleja de la pared para tomar un par de fotos de lo que nos espera. En minutos estamos listos para comenzar. Marcelo, quien irá al frente la mayoría de la escalada dada su experiencia y agilidad, lleva un morral con un par de chaquetas, lámpara , estufa y su equipo personal de piolet y crampones. Yo cargaré una tula de la Armada norteamericana, con los sacos de pluma y demás provisiones con la esperanza de que en tramos difíciles la halaremos por cuerda. Luego, entendemos que la pared no es lo suficientemente vertical y la mejor opción es llevarla al hombro.
Los primeros tramos consisten de grandes escalones entre los cuales hay que hacer uno que otro movimiento técnico de V grado para superarlos o por lo menos eso parecía con el peso del marrano en los hombros. De repente, lo primero que oímos son rocas que vienen de la parte alta de la pared y que han sido despachadas por el descongelamiento. Esto nos despierta a la realidad que estamos en las altas montañas que han crecido por siglos desapercibidas a la presencia humana, así que tenemos que seleccionar muy cuidadosamente la ruta de ascenso. Después de 5 tramos de roca nos encontramos en la base de la canaleta, que es primordialmente en nieve. Las nubes continúan su procesión desde los llanos orientales de Colombia hasta lo más alto de la cordillera oriental donde casi exactamente nos encontramos. Desde este auditorio de geología andina somos testigos de su avance, parecen galopando viento arriba por el cañón del Ratoncito, hasta que invaden el valle de los Cojines y finalmente cubren con su velo de sombra y frío este auditorio gigantesco de roca y nieve escondido en lo alto de la Cordillera Oriental.
Sin aliento, llego a cada estación después de cada tramo, rápidamente devuelvo el equipo de aseguramiento y pronto Marcelo se encuentra avanzando y sorteando con habilidad cada metro. Mientras le aseguro, alcanzo a recuperar el aire y aprecio su avance y paso firme. Conozco sus movimientos y anticipo la manera en que tiende a resolver los tramos más técnicos. También soy testigo del diálogo esquizofrénico de dos personalidades que se desdoblan de mí. Una parte, sugiriendo el desistir de esta locura; la otra argumentando que no hay razones suficientes para descender y que además esto no es una locura. Decido no involucrarme mucho en esta confrontación de mí mismo y me dedico a contemplar la pared norte del Ritacuba Blanco. Desafortunadamente, se desenlazan un par de pequeñas avalanchas y decidí involucrarme en esta discusión dando ahora en favor al desistir. Antes de llegar a alguna conclusión, Marcelo me despierta indicando que se encuentra ya instalado para asegurar mi ascenso, pues ya es hora de hacer lo que vinimos a hacer y esta charla se disipa en la atmósfera para dar campo a la concentración y el instinto de escalador que ahora toma el control de la situación. La deducción que descubro en esos instantes es que “el ocio es el enemigo del progreso”, ahora inminente en mi mente joven que llega a los cortos 20 años de vida.
La roca es firme y presenta buenos agarres, utilizamos técnica de artificial para resolver cualquier paso que se presenta difícil o que se encuentre mojado y así no perder ni un minuto. En cada una de las reuniones rápidamente recibo el reporte optimista de Marcelo quien continúa tranquilamente enfocado y así también discutimos el trayecto en general.
Marcelo progresa por el hielo mientras que deja protecciones en la roca, avanzando rápidamente por esta canaleta que finaliza en una pequeña gruta cubierta por estalactitas de hielo. El lugar es hermoso, allí mientras nos hidratamos decidimos cómo sobrepasar el desplome de hielo que nos separa del siguiente balcón. Marcelo sale armado con piolet y martillo pero el desplome lo forzó a traversar y descender unos 15 m donde alcanza el espolón rocoso, para así superar este obstáculo sin dejar alguna protección, para que así yo pueda superar el desplome directamente con la ayuda de jumars.
Izq: Luis Romero en los balcones de la arista. - Der: Durante el descenso en el glaciar nororiental
El siguiente es el séptimo largo, quizás el más difícil tramo en roca de esta ruta. Se trata de una serie de grietas y bloques desplomados entre 5.7 y 5.8 de dificultad. Este sería el último del día pues ya ha comenzado a oscurecer y allí casualmente se encuentra el único balcón suficientemente amplio para acomodarnos y extender nuestras bolsas de dormir, que además se encuentra protegido por un techo que pone de un lado la preocupación de estar expuestos a caída de rocas que pueden robarnos el sueño. Pronto estamos instalados derritiendo nieve para tomarnos una sopa de tomate; luego mientras intentamos dormir, copos de nieve caen en nuestras caras. Mi mente recapitulando la ruta y aún sigo contando mentalmente los rapeles necesarios para llegar a la base en caso de que lleguemos a encontrar algún obstáculo insuperable que nos fuerce a retroceder. Pero el cansancio vence casi completamente a la mente, pues el subconsciente sigue inquieto y no se olvida dónde nos encontramos. A la mañana siguiente, después de un Milo caliente, Marcelo sale y se ubica en la parte más alta de un cono de nieve que lo sitúa en la base de un diedro de unos 25 m. Este diedro que quizás es 5.7 en dificultad, se siente un poco más difícil debido a la nieve que cubre los agarres y el subsecuente congelamiento de los dedos de las manos. A medida que ascendemos seguimos con la esperanza de encontrar grandes balcones tales como los que se encuentran en la arista oriental. Pero ya nos hemos dado cuenta que estos escalones no existen y se desvanecen antes de alcanzar el centro de la pared. No solamente el buscar los grandes balcones nos ha desviado hacia el oriente, sino también grandes techos que se encuentran en la parte alta de la pared, los cuales no nos atraen en los más mínimo el acercarnos a ellos. Algún día regresaremos y saldremos por la vía más directa -pensamos-, pero no en esta ocasión.
Después de 4 largos en terreno mixto alcanzamos la arista oriental desde donde al fin podemos apreciar el oriente y abajo bien abajo a 500 m o más, nuestro microscópico campamento base. La vista es realmente aérea y expuesta desde aquí. Podemos apreciar los colores de las carpas y aunque lejos nos encontramos, allí sabemos que se encuentra el alivio, el descanso y el final de esta aventura. Pero por ahora tenemos que circunvalar escalones de roca y cornisas de hielo. La dificultad es moderada. En el último escalón de roca antes de la cima encontramos unos deliciosos pasabocas dejados por Antoine y René. Luego nos enteramos que en este peldaño estuvieron vivaqueando la noche anterior. Unos pocos tramos caminando por la expuesta cresta y nos encontramos en la cima. Es aproximadamente la una de la tarde y el clima comienza a descomponerse. Los monstruos blancos suben a galope por el valle del río Ratoncito y los rayos de sol que disfrutamos ahora sucumben a su invasión. Llegamos a la cumbre acompañados de la sombra y el frío que ahora nos roba ese cielo de un Kodakhrome azul. Un par de fotos más tarde, nos dedicamos a descender hacia la canaleta nororiental por la que tenemos que bordear un par de cornisas de hielo y descender un par de escalones pendientes y así encontramos el sitio de rappel. Distribuimos equipo de roca y nos dedicamos al descenso de tres largos para salir de la descompuesta canaleta que nos deposita en el glaciar nororiental de la montaña, el cual continúa bastante pendiente por varios metros. Ahora le damos la espalda al vacío y pateando escalones descendemos la pendiente de nieve. El frío se intensifica y pierdo la sensación de las manos. El dolor se intensifica y por primera vez experimento este calentamiento que hace hervir las manos en reacción. Marcelo no descifra mis quejidos, pero tampoco hay tiempo para discutir. Finalmente, estamos caminando en el glaciar circunvalando las grandes grietas de este glaciar colgante. Gracias a las huellas que han dejado Antoine y René estamos escasamente fuera del glaciar cuando la oscuridad se toma la montaña. Seguimos arrastrando las cuerdas y trastabillamos los últimos metros. Nos encontramos rendidos, pero a salvo y fuera del glaciar. Nuestra decisión es pasar la noche allí pues encontrar la ruta de descenso en los escalones puede ser peligrosa y sabemos que no hay caso de exponerse y buscar entre las tinieblas la salida de este laberinto de balcones de roca. Es 31 de diciembre y entre un par de rocas celebramos la Nochebuena. Calambres en las piernas como consecuencia de la deshidratación me despiertan durante la noche, los cuales me producen patadones involuntarios que despiertan a Marcelo. La deshidratación de ambos es tan fuerte que a medianoche Marcelo decide a salir en calzoncillos y calentar un poco de Tang, el cual comparte generosamente y así festejamos el Año Nuevo.
A la mañana siguiente esperamos que el sol nos ayude a secar todas nuestras pertenencias, ya que todo está completamente mojado. Lo secamos como si fuera una venta de mercado de pulgas y nosotros, tal como los animales de sangre fría, orientamos nuestros cuerpos hacia el sol. Empacamos nuestras mochilas e iniciamos el descenso saltando y circunvalando los escalones de roca. Nos reconforta la decisión de la noche anterior de no proseguir en la oscuridad. Encontrando descensos fáciles entre los escalones hubiera sido muy difícil entre la oscuridad y el cansancio. Pronto estamos en el campamento base; allí nos reciben con abrazos de felicitaciones los amigos de la montaña. Un par de días más tarde nos encontramos sorteando la parte más peligrosa de nuestra aventura, mientras agarrados de los tubos del bus, con el alma afuera de nuestro cuerpo, mientras que el chofer del bus con velocidad disparatada esquiva los precipicios de la medianoche. ¡Ay, Dios míooo! grita consecutivamente una señora en el medio del bus; luego René exclama: ¡Ey, por favor, que no somos ganado! Temblorosos, pero salvos y sanos, alcanzamos los valles del Chicamocha y el pavimento.
Topo de la ruta Arbelaez-Romero
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