En enero de 1980, cuando regresábamos con Miguel Forero de escalar el Aconcagua (Argentina) y sus casi 7.000 metros, nos planteamos como siguiente reto conocer el mundo desde los 8.000 metros, en el Himalaya. Pensamos escalar el Mont Blanc y el Cervino, en Los Alpes, en el verano de ese mismo año, para seguir conociéndonos en la montaña y reforzar nuestra armonía y automatismos técnicos.
Estas escaladas nunca se hicieron porque que Miguel sufrió un terrible accidente en las carreteras del Valle cuando regresaba con su compañera Laura y su hijo Miguelito después de haber recorrido en los volcanes del sur de Colombia. Los tres fallecieron y sus amigos quedamos cargando un luto pesado durante mucho tiempo.
Como debe ser, la vida siguió su curso y los sueños volvieron a aflorar. Después de algunos contactos con una empresa suiza, en 1983 obtuve cuatro cupos para escalar al año siguiente el Broad Peak, de 8.047 metros, en la cordillera del Karakorum (Paquistán). Recurrir a esta empresa que organizaba el viaje desde Europa hasta el pie de la montaña nos convenía perfectamente ya que resolvía problemas para los cuales teníamos poca experiencia, como la logística y los trámites administrativos, pero nos dejaba libres y responsables de nuestras decisiones a partir del momento en que iniciábamos la escalada de la montaña.
Expedición colombiana Himalaya 84. Ruta de Aproximación.
En nuestras escaladas de entrenamiento en las rocas de Suesca había conocido a Marcelo Arbeláez, entonces estudiante de geología y la referencia colombiana en escalada técnica en ese momento. Tome contacto con él y, después de él aceptar con entusiasmo mi propuesta de participar en la expedición, me aconsejó sin vacilar a Manuel Arturo Barrios, ‘Manolo’, un fuerte montañista ibaguereño con quien había escalado en los andes chilenos; allí Manolo dejó huella tras escalar en solitario una de las rutas complicadas del monte San Francisco. También me habló de José Fernando Machado, arquitecto, fotógrafo, diseñador gráfico y escalador. Ya teníamos un equipo de cuatro que, sin duda, respondía al criterio de selección que intuitivamente había definido como “los mejores en el sentido integral de la palabra: fuertes, tolerantes, pacientes, colaboradores, determinados, solidarios, desprendidos y, claro está, buenos escaladores”.
Durante más de un año entrenamos y trabajamos mucho en la organización de la logística, compra de ropa y equipo técnico, y sobre todo en la consecución de patrocinio. Aprendimos a pensar hacia adelante y no escatimamos esfuerzos para “vender” nuestro producto que era la gran expedición desde un país donde el montañismo estaba en sus inicios, era apenas conocido y se le veía como un deporte de riesgo, bastante reducido en el número de practicantes.
Despedimos a Bogotá el 9 de mayo de 1984 y felizmente Manolo llegó a la cumbre el 26 de junio.
Manolo y Fernando a 7000m cerca de C3.
En estas siete semanas aprendimos de la larga caminata de acercamiento al campamento base durante 10 días, nos acostumbramos al nuevo material de montaña, entendimos cómo se comportaba el clima, enfrentamos el calor abrasador del sol sobre los inmensos glaciares y el frío gélido de las noches, ya que instalamos nuestras carpas a mas de 5.000 metros de altura como punto de partida para la escalada de verdad.
Conformamos dos cordadas para equipar la ruta, instalar el campamento 1 (C1) a 5.200 metros y seguir hasta el campamento 2 (C2), una especie de “nido de águilas” a 6.300 metros. Fijamos muchos metros de cuerda fija que nos facilitarían las numerosas subidas y bajadas por las fuertes pendientes de la montaña cuando lleváramos material técnico, alimentos y carpas a los campamentos y depósitos intermedios. No tuvimos ningún porteador de altura que nos ayudara, todo lo hicimos los cuatro, tomando e implementando nuestras decisiones y asumiendo los riesgos.
El 22 de junio, antes del amanecer, salimos del campamento base para nuestro primer intento de cumbre. Subimos sin problemas al C1 y, al día siguiente cuando nos acercábamos al C2, encontramos un escalador alemán, Friedrich Thum, lesionado en el hombro tras una caída y echado en una plataforma sobre la pendiente, con la cara al sol, asistido por su compañero de cordada Martin Kraska. En vista de la situación me ofrecí a ayudarles a bajar hasta el campamento base, ya que Martin no tenia la experiencia necesaria para asumir esta tarea. Deje entonces a mis tres amigos seguir hacia arriba y llegué al anochecer al campamento donde entregué a Friedrich al médico. Como necesitaba un día de descanso antes de volver a subir, decidimos que Marcelo, Manolo y José Fernando seguirían hasta instalar el C3 (7.200 metros) y, si se daban las condiciones, saldrían a intentar la cumbre. En estas grandes montañas hay que saber aprovechar las oportunidades cuando se presentan, y el clima favorable de aquellos días era un incentivo definitivo para no detenerse a esperar que se volvieran a reunir conmigo.
Izq. C2, el nido del águila. - Der. Ayudando al alemán entre C1 y C2.
Así establecieron el C3 y a la madrugada siguiente, con el cielo totalmente despejado, salieron en busca de la cumbre. A las 12:30 pm llegaron al collado, a 7.800 metros, que separa la cumbre central de la principal.
Manolo andaba muy bien, no así José Fernando que se sentía débil. Manolo decidió continuar solo en busca de la cumbre sobre una interminable arista muy expuesta, sin cuerda y apenas con un poco de agua en la cantimplora-termo, dispuesto a enfrentar la distancia de más de un kilómetro que separa la antecima (8.032 m.) de la cima principal (8.047 m.).
Marcelo optó por acompañar a José Fernando de regreso, y esta decisión probablemente le salvó la vida. Muy rápidamente José Fernando mostró señales de agotamiento, pérdida de equilibrio y raciocinio alterado, por lo que supimos más tarde que eran manifestaciones de un edema cerebral en desarrollo causado por la altura. Paso a paso, muy lentamente entre caídas, ruegos, altercados y mucho valor, ambos llegaron en la noche a la carpa del C3. Estaban agotados pero a salvo. Marcelo se comunicó por radioteléfono conmigo y con el médico de la expedición, quien indicó el tratamiento básico que le podía brindar a José Fernando. Por fortuna fuimos muy prudentes y previsivos: habíamos llevado hasta este campamento una botella de oxígeno; Marcelo conectó su amigo a la mascarilla y este pudo dormir un poco y descansar, mientras Marcelo pasó la noche sentado afuera de la carpa derritiendo hielo en la hornilla para hidratar a los dos. Sin duda, este alivio le permitió a José Fernando seguir bajando al día siguiente hasta el C1, donde habíamos subido con el médico para atenderle y seguir el tratamiento.
Raymond y Manolo cerca al C1.
¿Mientras tanto, qué pasaba con Manolo? Hizo cumbre, en solitario, por primera vez a esa altura para un suramericano. Como él mismo lo cuenta en el libro “Himalaya, en los límites del oxígeno” que escribió José Fernando a su regreso, “Lo primero que hice al llegar a la cima fue mirar la hora. Eran las 4:15 de la tarde. Solté las picas y me senté un rato a chupar nieve. No sentí nada extraordinario. Lo único que pensé fue que en adelante ya no había nada más. Que ahora sí seguía la bajada, que me encontraba bien y que estaba sobre un ochomil, pero que no era lo que yo esperaba. Supongo que eso se debía al cansancio extremo. Al final solo me quedaban la fuerza de voluntad y el dominio de mi mismo. El viento comenzaba a ser más fuerte y ya se veían muchas nubes abajo”.
Al iniciar la bajada se reunió con dos escaladores suizos, Thomas Haëgler y Andreas Reinhard, quienes un poco más tarde habían alcanzado también la cumbre; en algún momento, ya en la noche, Andreas rodó por la pendiente y desapareció. Sin posibilidades de buscarlo debido al cansancio y al riesgo, Thomas y Manolo improvisaron un bivac a 7.600 metros, al lado de un bloque de hielo tan incómodo como expuesto. Como narra Manolo en el libro, “Lo primero que pensé fue que no me podía dar el lujo de dormir, porque llegaría ñoco a Ibagué …Lo único que temía era que se me congelaran los dedos de los pies. Hasta las nalgas las tenia dormidas y tenía que moverlas, darles palmaditas, primero un cachete, luego el otro”.
A las 4 am empezó a amanecer y Manolo y Thomas reiniciaron su descenso cuando encontraron a Andreas, quien milagrosamente se había salvado y sufría solamente algunas heridas en la cara y congelamientos leves. A las 5 am, 24 horas después de haber salido de esta misma carpa, Manolo se encontraba nuevamente con Marcelo y José Fernando, mientras en el campamento base yo recibía la noticia y por fin pude dormir tranquilo.
Los 4 expedicionarios de regreso a Skardú.
El regreso a Colombia nos deparó aún muchas aventuras, y los 30 años que han pasado desde entonces nos han visto reunidos en muchas montañas. La amistad que construimos conquistando el Broad Peak sigue intacta y el 26 de junio pasado nos reunimos los 4 con nuestras compañeras para celebrar el aniversario número 30 de esta aventura. Hubo un solo invitado adicional, Juan Pablo Ruiz, el único colombiano que ha estado dos veces en la cumbre del Everest y quien ha liderado la mayoría de expediciones colombianas al Himalaya y otras altas montañas del mundo en todos los continentes.
Manolo está por terminar, en compañía de Marcelo y Juan Pablo, el proyecto “7 Cumbres” (las cumbres más altas de cada uno de los cinco continentes habitados, la Antártida y el círculo polar ártico) y sigue siendo como un hermano pequeño para mi. Sigue fuerte, decidido, solidario, humilde, generoso, “tomapelo” y el mejor compañero de cordada en la montaña.
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Este articulo hace parte de la colección especial que recopila y celebra los más de 10 años de la Revista La Piola. Fue publicado originalmente el 17 de Septiembre de 2014 en la Revista La Piola edición impresa #17.
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