Arañas del tamaño de un guante de baseball se escabullen a través del muro de barro del oscuro refugio. Sus movimientos casi se pueden escuchar. La luna llena se eleva sobre el horizonte inclinado de la Orinoquía colombiana, con su luz desbordándose como una gran inundación. Cerro Pajarito, un domo de granito casi del tamaño de El Capitán, se yergue sobre el refugio como vacío oscuro en el cielo nocturno.

El refugio es uno entre cientos de pequeños hogares que conforman la comunidad indígena de El Remanso, localizada en el departamento del Guainía, en el Oriente colombiano, y que es hogar de la comunidad Puinave. Puedo escuchar a mis compañeros Paul McSorley y Dave allfrey trozando leña en el cuarto contiguo mientras yo, cubierto en sudor, intento dormir. Son casi las 2 a.m. La alarma sonará exactamente a las 2 a.m. Ni siquiera los gallos habrán despertado.

Extraigo de la roca la broca girando y dejo colgar el taladro mientras tomo una cinta exprés de mi arnés (previamente montada con bolt 3/8” x 2”) y coloco la chapa en el agujero fresco. Me aseguro de estar en una posición sólida antes de tomar el martillo que cuelga de mi arnés. Los gallos despertaron hace ya 5 horas. Ting, ting, ting, ¡ting! Uno, dos, tres cuatro, hondo hasta el fondo. Dejo caer el martillo y paso la cuerda por el mosquetón. Respiro. Redistribuyo mi peso. Pie izquierdo, pie derecho. Clipeo el martillo, agarro la llave y giro el tornillo hasta que escucho un ‘click’. Noto gotas de sangre hirviendo en la roca caliente. En mi afán me he descuidado. Cristales de origen incierto han cortado la piel de mis nudillos, dejando expuesta carne rosa y una creciente bolita de sangre de un rojo profundo. Me apresuro a talquear mi mano esperando que eso detenga el molesto sangrado antes de comprometerme a la siguiente secuencia: apenas cristales bajo las puntas de mis dedos cansados, buscando fricción entre el caucho caliente y la roca que arde, con la esperanza de encontrar un sitio para pararme más arriba –algún oasis glorioso de media pulgada es todo lo que necesito en este mundo, en este momento. No es mucho pedir, apenas suficiente material cristalino adherido con el concreto mineral para soportar mi peso por los eternos segundos que me tome perforar un agujero de 2”x3/8”.

mavicure 03Allfrey Sorley antes del amanecer ya se preparan para iniciar un largo día de escalada. El agobiante calor y la alta humedad relativa de la selva hacen que sea mejor escalar a primeras horas de la mañana.

 


Hemos estado en Colombia por 7 días, y en las selvas del Guanía por unas 48 horas. Se siente como si fueran semanas. El equipo está conformado por los experimentados aventureros y guerreros Dave Allfrey y Paul McSorley. Dos dedicados escaladores de tiempo completo que complementan sus vidas con cortos pasos por la guianza y trabajos con cuerdas. Y estoy yo, que aún no estoy completamente seguro de qué es lo que hago acá. Paul y yo volamos desde Canadá dejando atrás una temporada invernal pasada por agua en Squamish. Dave ha hecho un viaje un poco más corto desde su hogar en el desierto de Nevada. McSorley y yo no hemos escalado nunca con Allfred, y ni siquiera lo conocía; pero todos estábamos animados con una Aventura que nos ‘desconectara’, y eso es lo que a la final importa.

Después de llegar a la capital colombiana, Bogotá, nos fuimos para Suesca, una pequeña población una hora al norte de la enorme ciudad, con la esperanza de estirar las piernas un poco y encontrar nuestro ritmo antes de sumergirnos en la selva. La arenisca compacta y resbaladiza; una mezcla de fisuras fuertes y extraplomadas, con piscas de escalada en placa que te dejan perplejo, y unos grados de vieja guardia que nos imponen un examen de admisión abrupto. Fue aquí, en 1938, que un joven colombiano de nombre Erwin Krauss y sus compañeros Enrique Drees y Heriberto Hublitz introdujeron la escalada técnica a Colombia, estableciendo las primeras tres rutas en Suesca como preparación al ascenso al Nevado del Huila – el volcán más alto del país. Mientras que la atención general se dirigía a los restantes ascensos de gran altura en Los Andes, también se iba filtrando conocimientos de montañismo en las comunidades locales. Nuestro amigo Alex Torres, un guía local y uno de los primeros escaladores nacidos en Suesca, se rió cuando nos vio regresar de la Roca con nuestras historias. Era una risa que ya reconocía. Yo también había reído de la misma forma en mi casa en Squamish; la he escuchado en California, Utah, Las Rocollosas, en todos los lugares en los que he escalado. La baja y lenta risa del ‘sandbagger’ (N.T.: aquel personaje que tiende a calificar un ruta con un grado muy por debajo del convencional: “Ese pegue es un 5.9 con buen beta –animando a su mejor amigo a escalar un 5.11 R que acaba de equipar”)
La misma risa la volví a escuchar una vez más en un bus cuando salíamos de Suesca al Norte. Alex tenía muchas ganas de mostrarnos otro sitio que se está desarrollando cerca de Bogotá llamado Machetá. El bus ascendía a través de empinados campos de cultivos andinos pasando a ciegas camiones lentos a velocidades descomunales, mientras tanto un Alex muy emocionado nos describía lo que íbamos a encontrar. Escuché con cuidado “largos de 40 metros, empinados y expuestos, en una arenisca hermosa… dijo, después una pausa, y entonces se rió, “pero a veces es solo arena”.

mavicure 01David Allfrey asegura a Paul MacSorley durante uno de los largos ya abiertos en la primera expedición de 2017.

 


Las sinapsis se activan mientras salgo de mi letargo. La presión en mis dedos me tiene parado sobre los talones en una regleta de media pulgada de ancho con mi espalda contra la pared, mirando hacia afuera. Abro los ojos. Enfrente mío se encuentra la cima menor, el Cerro Diablo, con su cara de 200 m de alto que conforma un muro saliente desde el valle, la roca a mi espalda el otro. Un delgado camino puede entreverse debajo del dosel selvático bajo mis pies, serpenteando hasta quedar fuera de vista detrás de la ancha cara del Pajarito. El camino conecta El Remanso con el cultivo de yuca en la base de nuestra ruta sobre la cara noroccidental. Un puntito de color captura mi atención, una camiseta roja contra los tonos verdes y negros del cultivo de yuca, la anchura de la selva expandiéndose hasta el horizonte oblicuo. Esa tierra ha sido el hogar de los Puinave por milenios.

El olor del carbón aún impregna el aire pesado de la noche selvática mientras me arrastraba hacia el Diablo ocho horas antes. McSorley y Allfrey tomaron la izquierda en la Y y se encaminaron hacia el Pajarito para empezar a escalar. Yo giré a la derecha para recuperar una cámara fotográfica. Caminando solo me quedé sorprendido por la humedad en el rayo de mi linterna, tan densa que casi parecía lluvia –y entonces, llovió. Sólo un leve rocío al principio, pero suficiente para hacer que el liquen negro que crece en los domos brillaran con una intensidad mortal. Paré a considerar los riesgos de las rampas de grado 5 antes de comprometerme, mis pasos acelerándose con necesidad. Con la cabeza baja y el corazón bombeando escalé decidido hasta la cima con tanto ímpetu que al pobre puercoespín que estaba arriba no tuvo otra opción que retirarse como globo pinchado, dejando un rastro nauseabundo en el aire. La velocidad del escape exhibida por la criatura me sorprendió por un momento, pero el ruido de la lluvia me despabiló para concentrarme en mi tarea y rápidamente empecé a descender. Un vistazo al Pajarito me indicó que los chicos habían alcanzado la base. La roca jabonosa estaba demasiado resbalosa para desescalarla, así que tuve que surfear entre parches de manigua hasta alcanzar la seguridad del terreno llano y un trotecito alrededor del Diablo para encontrarme con mis amigos.

McSorley y Allfrey habían tenido su propio encuentro animal en el camino, el tono de Paul era mortuorio, “Y estaba caminando adelante sin linterna y de repente Allfrey gritó. Cuando me giré vi una serpiente enroscada, de color rojo encendido con una banda blanca alrededor de su cuello. Justo por donde caminé, ¡mierda! Allfrey tenia los ojos salidos. “Si viejo, estuvo feo. ¡Esa cosa parecía la muerte!”

mavicure 02David Allfrey en diversos momentos durante la apertura de los largos superiores.

Mientras nuestra excitación pasaba, los sonidos de la selva crecían, unos pocos pájaros cantaban alarmados con los primeros indicios del alba. Esperamos a que la roca se secara. Fue hace casi un año que McSorley y yo nos retiramos desde muy alto en el Cerro Pajarito en una tormenta y ventisca en la noche tras la caída de centellas y haber pasado el día colgados en una pequeña pizarra, que por el calor era un verdadero sauna. A este punto llegamos tras abandonar nuestra línea directa para ahorrar chapas, y nos tiramos a la izquierda buscando terreno más fácil. Desde este refugio avanzamos dos largos más, 120 m de terreno 5.9 desprotegido y agreste (N.T. ‘ crunchy’) a punta de fricción, con nuestro equipo de vivac en la espalda. Nos quedamos sin chapas a unos 180 m de la cresta cimera.
En una era de acceso ilimitado a la información, este sitio ambiguamente localizado nos inspira. Remanso tiene una población de casi 200 personas, no hay tiendas, no hay restaurantes, no hay teléfono, no hay electricidad. Con tan solo un pequeño vuelo diario a Inírida (la “ciudad” más cercana a 75 km navegando desde Pajarito) teníamos que reducir nuestro equipo en lo posible para cumplir con las restricciones del vuelo. Haber supuesto que encontraríamos protección natural fue nuestra perdición. McSorley y yo solo pusimos un cam del juego doble hasta #4 que llevábamos, y en lugar pusimos 44 de 49 chapas en 540 m de escalada. Nuestra retirada fue seguida por una torrencial lluvia de dos días. En nuestro último día logramos hacer un ascenso al cerro Mono, la montaña del medio (la primera en muchas generaciones) gracias a la sugerencia de un habitante de Remanso, Wilson, con quien hicimos amistad. Los ancestros de Wilson escalaron el Mono durante una ceremonia sagrada que incluía medicinas de la selva, era apenas lo correcto que él se nos uniera. Escalamos 210 m en terreno 5.8 en tres largos, usando pequeños arbustos para las estaciones. Fue la primera vez que vi sudar a un Puinave. Cuando Paul se lanzó desde la cima en su parapente Wilson gritó emocionado a pesar de que no encontró lo que buscaba. Paul sobrevoló el triángulo formado por los tres domos, alto sobre los rápidos donde el río Inírida se encuentra con el lecho rocoso de granito, justo sobre el perímetro, el Remanso junto a el Pajarito y las bancas del río.

mavicure 04David Allfrey escala el run out del inicio del largo 6.


El cielo resplandecía y yo estaba ansioso por moverme. Organicé mi equipo y escalé unos 6 m sobre la húmeda rampa e instalé una chapa antes de puntear hasta el siguiente anclaje. Más arriba hice unos pasos altos sobre unas presas grandes y con un paso de mantel pasé el crux para alcanzar un cuenco poco profundo. Un gran arco de cuerda se extendía hasta la última chapa. Allfrey punteó el segundo largo y serpenteó la línea por caminos de agua, maravillado con la roca, una mezcla de granito de Squamish y la textura de las clásicas de Joshua Tree. Luego Paul tomó la punta, y el ciclo se repitió. Después de 5 largos extraordinarios que recordábamos, riéndonos en silencio de los horribles run-outs (producto del racionamiento de chapas del año anterior), llegamos a la estación desde donde McSorley y yo nos habíamos retirado hace un año. Aquí fijamos nuestras cuerdas y descendimos por el día, apurándonos para salir del muro antes de que el sol saliera.

Mientras caminábamos por el delgado camino desde Remanso, en la mañana del nuestro segundo día, pensaba en aquel día, que parece tan lejano, pero que bien pudo haber sido ayer. Pensaba en la incredulidad con que escuché las historias de Wilson sobre sus ancestros. Sin embargo, no estaban ninguno de las primeras escaladas temerarias sin cuerdas. Los verdaderos primeros ascensos de estos domos fueron hechos por la Princesa de Inírida, una mujer Puinave llamada Densikoira (“la mujer perfumada”), quien escaló todos los tres domos sin cuerda, descalza, y en un solo esfuerzo. La historia inicia con un visitante lujurioso que secretamente le da a Densikoira una poción de amor maliciosa derivada de una planta de la selva: la Pusana (que también es la base para perfumes de muy alta gama). Los poderes de la Pusana varían dependiendo de la preparación. Puede que brinde poderes para un fin benéfico, o puede causar daño. Densikoira, completó el impresionante encadenamiento de los domos, mientras padecía los efectos de este brebaje particularmente maligno, buscando finalmente refugiarse en la cima de El Pajarito. Ella permaneció allá, demasiado asustada para regresar a la aldea y nunca volvió a ser vista. Los aldeanos dicen que mientras ella estuvo en la cima del Pajarito sus lágrimas se iban juntando y formaron las largas manchas blancas que nos recuerdan la cara norte del Half Dome y la leyenda de Tis-sa-ack.

mavicure 06David Allfrey en diversos momentos durante la apertura de los largos superiores.

En la base del muro Allfrey pegó un alarido. Una colonia de hormigas rojas ha estado recogiendo la sal de nuestros arneses sudorientos durante la noche. Rescatamos nuestro equipo y rápidamente ascendimos por nuestras cuerdas hasta el punto más alto. Allfrey tomó el primer punteo de nuestro viaje- una cuerda entera, erecta, directísima. El cosmos se alineaba. Una escalada en placa 5.11 lo recibía sobre el empinado saliente y él parecía haber encontrado el ritmo para montar las chapas fluidamente, dejando detrás de él rastros intermitentes de polvo blanco de taladrar. McSorley y yo escalamos grandes largos detrás de Dave, cubriendo unos 120 m de escalada relativamente más fácil, y antes que supiéramos, ya estábamos sobre la repisa a la que queríamos llegar. Una isla verde colgada 600 m sobre la manigua -espesa e indómita-, primero cerrada, pero en la medida en que nos adentramos en su espesura descubrimos una caverna a la que sólo llegan los buitres y ahora nosotros, aunque no había ninguno para recibirnos.

Nuestro plan era un vivac en este repisa, o al menos esperar a que el sol se fuera y bajara la temperatura en la noche, pero nos sentíamos muy bien y el viento mantenía el calor a raya. Así que Allfrey tomó el equipo y se fue por el largo más empinado que habíamos enfrentado, y procedimos a avanzar con estilo todo el largo de la cuerda con una escalada de placa técnica por una canaleta increíble. “¡El mejor largo de mi vida!” Gritó Allfrey mientras lo alcanzábamos, y con gran emoción describía cada uno de los agarres más severos; movimientos de compresión en ejes precarios, adherencia en romos sobre el borde de la canaleta, como el chico en tobogán que siempre quiere ir hacia arriba en lugar de deslizarse para abajo. Molesté a Alffrey por su octava chapa en su largo de 60 m, lo máximo que habíamos puesto hasta entonces eran 7. “¿Qué tal que esa hubiese sido la chapa que nos hubiera faltado para terminar la ruta?” Empezaba a sentirse como uno de esos días mágicos con buenos amigos en un sitio increíble, entre más escalábamos, mejor nos sentíamos. ¡Parecía que la ruta iba a salir en libre y a vista para rematar!. Siguiendo nuestro olfato, nada más que explorando esta extensa y aparente roca limpia, se sentía como la forma apropiada de disfrutar estos domos.

mavicure 08Cerros de Mavicure al atardecer sobre las selvas del Guainía con el sol reflejándose sobre el río Inírida. La pared de la izquierda es el Cerro Pajarito, al fondo el Cerro Mavecure y en el primer plano el Cerro Mono.


¿Y encima del Pajarito? Encontramos una botella de gaseosa vacía en la rama de un arbusto. Probablemente no de la Princesa. Hemos estados trabajando incansablemente bajo el sol directo por unas cinco horas. Los dos últimos largos han sido extenuantes e incluso el viento, que aún sopla alrededor nuestro, no ha podido mantener el calor a raya. McSorley punteó el largo 5.10 hasta que se quedó sin cuerda. Allfrey punteó el último largo: mitad manigua, mitad roca, las espinas de plantas tercas dejan largas marcas blancas sobre mi piel quemada mientras los sigo. La última estación sumó 85 chapas. Sin incluir las 40+ que habíamos puesto el año pasado. Con una humedad cercana al 90% y temperaturas que superaron los 48C, el ambiente empezaba a sentirse hostil. Acobardados a la sombra del dosel de la selva hicimos un ofrecimiento a la Princesa en forma de cerveza barata y cigarrillos aún más baratos, los mejores que teníamos. Mientras nos parábamos para irnos, entendiendo que nuestras penas no finalizarían hasta que regresáramos a las aguas refrescantes del pequeño nacimiento cerca de el Remanso, mi cabeza daba vueltas. Debieron ser las hormigas rojas que molesté. La colonia no se puso contenta cuando pasé sobre su nido mientras abría trocha desde la cima de nuestra ruta hasta la cima verdadera. Tomó una hora entera de trabajo con machete encontrar un camino a través de las enredaderas. El regreso nos tomó 5 minutos.

Con cada movimiento repetitivo del rapel, nuestros espíritus se engrandecían. Regresamos a la cueva y nos recostamos a la sombra, complaciéndonos con agua, hasta los gallinazos regresaron a sus nidos. Las aves masivas nos miraban hasta reconocer lo tontos que éramos y regresaban pronto a sus termales para sobrevolar por encima nuestro, calculando nuestra desgracia. Descender, montar la estación, halar, repetir. Para tristeza de los gallinazos, tocamos el suelo de la selva trajinados y semi-delirantes pero con la moral en alto y vivos. Mi cuerpo estaba golpeado, mi piel blanda por el sudor constante, las correas mordiendo bajo mis hombros por el peso de los petates, llevando el tiempo con los pasos robóticos tras un largo día. El camino, un hilo sinuoso de arena dorada ondeaba a través del exuberante verde de la selva mientras los aullidos de monos invisibles hacían eco en el frondoso dosel. icono fin articulo

Texto y fotos: Kieran Brown

Traducción: Santiago Santacruz & Carlos Gonzáles

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Este articulo hace parte de la colección especial que recopila y celebra los más de 10 años de la Revista La Piola. Fue publicado originalmente el 30 de Octubre de 2018 en la Revista La Piola edición impresa #32.

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